De la homilía del Papa Francisco durante la Misa de Epifanía (Roma, 6/1/2016)
(...) Los Magos, que
aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que las semillas de
verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama
a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a
los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios.
Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño,
toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se
reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada
uno. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el «corazón
inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. También
ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas
hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva,
mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran
libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas y, al final, la luz
apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses
cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que
dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz; y ella los guió hasta que en
una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra
una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de
los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre
todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece,
sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su
voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre.
Sigamos la luz que Dios nos da. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno
de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con
todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra
inteligencia, nuestro amor. Reconozcamos que la verdadera sabiduría se esconde
en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra
su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a
sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz.