por Antonio Caponnetto
"Y estando José pensando en abandonar
en secreto a María, he aquí que el Ángel del Señor le apareció en sueños,
diciendo: ‘José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque su
concepción es del Espíritu Santo".(Mt 1,20)
Le pesaban los
brazos más que nunca esa noche,
de acarrear la
madera, de dar forma a aquel leño,
fatigado de troncos
y virutas filosas
el cuerpo le pedía
la horizontal del sueño.
Sumaba otro
cansancio que no da el martilleo
ni el buril contra
el cedro o el listón de cerezo,
limaduras del alma
cuando duda y vacila
reclamando el
sosiego del tálamo o el rezo.
A solas con la pena
de sospechar amando
-amando la pureza
del ser indubitable-
lo vio dormir
inquieto la luna nazarena
propicia para un
ángel que en el silencio hable.
Lo llamó por su
nombre, agregando el linaje
por remebrar
promesas como el vino a la Vid ,
por disiparle el
miedo, el pálpito escondido:
Nada temas José, hijo leal de David.
Lo que guarda tu esposa no es obra de la carne,
ni de los terrenales y humanos himeneos,
es el Verbo anunciado desde todos los siglos,
nacerá entre pastores, sonarán jubileos.
Alégrate en las nupcias anunciadas al alba,
selladas con el “hágase tu palabra en mi vida”.
Y al mentar al
misterio, calló el ángel doblando
en señal de alabanza
su ballesta bruñida.
Llegada la vigilia y
con ella la lumbre
al corazón contrito
como al del justo Job,
se hizo lirio el
cayado y una rosa el recelo,
su paz era una
escala que remembró a Jacob.
Danos José la gracia
de saber que la Esposa
no es la adúltera
oscura de quien la quiere infiel,
no es la merecedora
del epíteto duro
sino esa tierra
fértil “que mana leche y miel”.
Cuida Santo
Patriarca al Niño y la Señora ,
de los lobos
bramando en negras ventoleras,
cuídanos el pesebre,
el sagrario y la misa,